Un posible abordaje de la obra del artista plástico Liber Fridman es a través del análisis de su práctica del retrato, una constante en su trabajo, así como el desarrollo de la figura humana. Si nos atenemos al criterio establecido por la historia del arte, que periodifica, caracteriza y fija sus diferentes etapas, L.F. no es ajeno a dicha codificación.
Al principio, en sus inicios como pintor al aire libre (1920-1930), su pintura, de pincelada disociada, tímbrica y luminosa, se inscribía en la corriente del Impresionismo de finales del XIX y principios del XX europeos, ya adoptada por los cánones académicos. La atención, aunque puesta fundamentalmente en el paisaje, tiene a la figura humana como otro de sus temas. Un retrato de un joven muchacho del año 1932 tiene el aspecto abocetado, fugaz y efímero de la estética impresionista, orientada a la captación de la luz ambiente.
Con el correr del tiempo, el retrato, asi como la figura humana, cobran verdadera importancia. Están ligados, como otros aspectos de su quehacer, a su actividad viajera, su peculiar búsqueda de lo antiguo americano. En Paraguay, en los años 1930-1940, las carpetas de trabajo empiezan a llenarse de dibujos a lápiz de los tipos humanos, por lo general populares, de este país. Como motivo, le atraen especialmente los niños, a los cuales no dejará de retratar en su largo periplo por América del Sur. Con el retrato, inscrito en la corriente realista, tiene la posibilidad de ganarse la vida. A partir de ahora, y sobre todo en su siguiente destino, Brasil, será una actividad habitual.
Dado el carácter realista de su retrato, este se pliega al modelo, al cual es fiel en términos de descripción anatómica y también psicológica. El acento está puesto en captar “exactamente” al retratado, más que en interpretarlo. La pincelada se ha vuelto más cerrada, aunque sin perder la luminosidad de los tiempos juveniles. El color local, sin embargo, imprime su sello. Paraguay es tierra, polvo, pero también un poco de verde. Cuando su búsqueda lo lleva a interiorizarse sobre la cultura antigua de las Misiones, la iconografía religiosa europea y la expresividad formal guaraní se deslizan en su pintura. A partir de ahora nos encontramos con una nueva modalidad dentro de la práctica del retrato que ya no abandonará, siguiendo los vericuetos de su exploración estilística. Me refiero al retrato alegórico. La figura aparece recortada sobre un paisaje de naturaleza simbólica. De esta época tenemos un par de autorretratos En uno vemos al pintor recortado sobre una tabla colonial con un motivo de San Sebastián. En otro, en calidad de explorador, teniendo como fondo las ruinas misioneras. Especie de atributo del pintor en ese momento de su trayectoria vital.
Es en Brasil (1940-1950) donde el volumen de su obra plástica crece en calidad y cantidad. Atraído por la belleza de la selva, la potencia del verde, así como la cultura popular afroamericana, -específicamente el mundo de la magia, los ritos del candomblé- su mirada se complejiza. Continua trabajando con la figura y el paisaje, y el número de retratos realizados por encargo para la alta sociedad de Bahía, San Pablo y Río de Janeiro, crece sin parar. Se ha convertido en uno de los retratistas más populares de ese momento (ver qué obras se ponen, Teresinha Maia, Sabina, etc.).
A resaltar de esta etapa dos elementos de su trabajo: por un lado, la atención puesta en el mundo de lo arqueológico, lo antiguo, lo lleva a enfatizar su mirada sobre la mano que descubre, la mano que encuentra naturaleza, ídolos, restos de otros mundos. Se trata de verdaderos retratos de manos. Por otro lado, hacia el fin de su estadía en Brasil, en Manaos, se singulariza un conjunto de obras sobre los habitantes de los ríos. Las figuras, lejos del modelo realista, están muy estilizadas, y semejan los palafitos en los cuales viven. El camino hacia el expresionismo está planteado (Manos y palafitos)
Un impasse formal, estilístico, antes de entregarse a la aventura peruana, se pone de manifiesto en los años 1950-1960, años de transición. Coincide con una serie de viajes al Norte argentino, en donde se conecta con sus colegas Berni, Castagnino, Gambartes, entre otros. Tienen en común el interés por captar al hombre en su medio, y mostrar su vida y sus penalidades. En esta etapa destacan los retratos y figuras de niños que viven en condiciones de gran pobreza. Estilísticamente, y siguiendo la lección de Manaos, las extremidades se estilizan, y las caras se agrandan (Niños)
Es en Perú, a partir de los años 60, que consolida una imagen, un retrato de tipo expresionista, que no lo abandonara nunca más. A partir de este punto, se tratará casi excluyentemente de retratos “interiores”, de carácter idealizado, surgido de su imaginación. La deformación expresiva de la línea, el uso arbitrario del color, la práctica del collage, se convierten en los instrumentos estilísticos de este nuevo abordaje. Una multitud de figuras y rostros: amautas, curacas, chasquis, hechiceros, etc., pueblan ahora sus telas. Entre los más retratados aparece la figura del cronista Huamán Poma de Ayala.
Un mundo mágico, alucinado, una humanidad expresionista, deambula, sueña, muere, vive en su obra. Y llega a tal punto el grado de inmersión en esa realidad que gente de la vida real, como su esposa, Mirna, entran a formar parte del parnaso. Una y otra vez la veremos retratada, como musa de inspiración, transformada en princesa, diosa o hechicera.
Por último Liber, para no ser menos, se autorretrata como amauta, con todos los atributos de poder y magia que implica su investidura.