
La Andariega y Paraguay
La Andariega
(1936-1938)
“Haremos un viaje maravilloso. Llevaremos la exposición de pinturas de niños argentinos, títeres y mucha simpatía y un par de úlceras que bien se entienden”
En el camino un día el joven Liber decide armar su caballete: hay un tema, allá a lo lejos, que le pide a gritos que lo pinte. El joven, ciego, obedece. El día es hermoso: un brote tierno de la primavera. Liber pinta al aire libre, como los pintores de finales de siglo, como los impresionistas. Está en un momento de su vida en que la lucha con la pintura se centra en captar el paisaje natural.
El joven está ensimismado. No se da cuenta de que alguien lo observa. Una curiosa carreta tirada por un par de caballos lleva detenida un buen rato. Un pequeño público formado por hombres y caballos observa la escena que se desarrolla en el lienzo. Que quede claro: los que se han detenido son los caballos, verdaderos guías de los caminos de estos hombres. Los caballos y detrás los hombres, Javier y un amigo, del que sólo sabemos el nombre, Pedro Ramos. El relincho, ahora sí, del caballo, que parece aprobar o desaprobar, no sabemos, una pincelada, hace volver al joven del ensimismamiento. Y los curiosos hacen la pregunta del caso:
“¿Es usted pintor?” Al rato, y aquí viene lo nuevo, añaden: “¿Le gustaría venir con nosotros? ¡Vamos a los Estados Unidos!”
Y entonces el pintor parece darse cuenta de que algo nuevo le está sucediendo. El camino le ofrece una nueva aventura. El pintor dice que sí y un nuevo amigo se incorpora al extraño elenco.
-Somos titiriteros -le dicen-. Recorremos las tierras de América ofreciendo el espectáculo de nuestros títeres a los niños. ¿Te gustaría hacer títeres? Tú puedes pintar nuestros escenarios.
Y la aventura cobra forma: la forma de un bello sueño para niños traviesos.
La historia de Liber en relación con “La Andariega” -nombre de la carreta que lleva a títeres y titir-teros bajo la guía de Don Javier Villafañe, titiritero mayor- se inicia un tiempo después del encuentro de Liber con Furt en Luján.
Insistimos por tanto en la importancia de Luján como punto de encuentro de un grupo de amigos, pintores y escritores, tanto burgueses como bohemios, que siempre habrán de recordar esa época dorada con nostalgia y orgullo.
“Me regocija saber que argentinos, lujaneros, artistas y viejísimos amigos anden sembrando afectos y buen arte por toda América”.
De Luján partirían Liber Fridman (pintor octogenario hoy, aventurero lanzado a los caminos del mundo, restaurador, estudioso de culturas antiguas, con originales aportes al estudio de la arquitectura misionera jesuítica y franciscana), Javier Villafañe (titiritero incansable, Premio Nacional de Literatura argentina), y Jorge Furt (alma mater de la biblioteca de “Los Talas”, lugar de consulta de filólogos de todo el mundo, bibliófilo, editor y escritor de libros), para mencionar sólo a unos cuantos, los más próximos a nuestra síntesis.

La Andariega sigue un trayecto caprichoso. No es en absoluto ordenada, no se ciñe un plan trazado. La Andariega va a los pueblos que sus caballos eligen y éstos, a decir de Javier, nunca se equivocaron. “Nuestros destinos estaban en sus manos, siempre eligieron la mejor ruta. Nunca teníamos duda de ello.” Esta filosofía de la vida habla de la importancia del azar, del dejarse llevar en el camino. De no buscar las cosas, sino que las cosas salgan al encuentro naturalmente.
La Andariega tuvo un recorrido -aún por reconstruir de modo exhaustivo- en la época en que Liber formó parte de ella (1936-1938), por ciudades y pueblos de las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, y también por el Paraguay y Brasil. Tuvo sus idas y venidas. En el caso de Liber, debido a su mala salud, el reuma fundamentalmente, que lo obligó a retornar al hogar familiar en varias ocasiones, anduvo y desanduvo caprichosamente con los andariegos.
En la época en que La Andariega deambulaba y pernoctaba por Luján y Buenos Aires, no sólo Liber, sino también sus hermanas, compañeras inseparables del hermano tanto en la distancia como en la cercanía, así como Florcita, la futura poeta de la familia, formaban parte de la troupe de titiriteros. Todos colaborando, desempeñando diversas tareas en esa labor común que era la función para los niños. Tan estrecho fue el vínculo que Javier, propulsor del grupo, se convirtió en un hermano más del clan de los Fridman, y como enamoradizo incorregible que era, anduvo enamorado de una de “sus hermanas”. Con su peculiar sentido del humor lo recuerda del siguiente modo:
“A Isabelita [Isabel es la hermana pequeña de Liber], de quien estuve enamorado casi tres semanas sin contar los domingos”

Liber colaboraba como los demás en la realización de las funciones, pues de los títeres vivían, pero su tarea fundamental era la de pintar. Los niños y los títeres, además de sus viejos amigos los paisajes, son sus temas, tal como lo atestiguan sus cuadernos de viajes y catálogos de muestras de la época.
No sólo de títeres viven estos hombres. El camino está salpicado de aventuras de todo tipo, donde la picaresca y el “doñerío” desempeñan el papel predominante.
La picaresca entra en funcionamiento cuando “no hay carne que echar al puchero”. Era cuando los titiriteros ponían a remojar las lentejas: verdadera señal de alarma, de que las cosas estaban al rojo vivo y había que inventar alguna estrategia nueva para “llevar algo al cuerpo”, ya que con los títeres sólo no se llegaba “a fin de mes”. El remojo de las lentejas, señal de alarma, era también símbolo de buen augurio, pues cuando todo parecía venirse a pique, siempre surgía algo en el camino para echar en el puchero, y las cosas seguían con renovada marcha.
El “doñerío”, sustantivo acuñado por estos muchachos en aquel tiempo, alude a sus conquistas amorosas. A las conquistas de Liber y Javier especialmente, donjuanes de los caminos de entonces. Una especie muy de temer. Se cuenta que los dos en esa época eran muy parecidos, tanto que se hacían pasar por hermanos. Ambos muy buenos mozos, “pintones”, al decir de Liber, cuya buena presencia, unida a una charla fluida y envolvente, cautivaba a las muchachas. Perdón, a las doñas.
El término “doñerío” lleva implícita la idea de aventura, flirt ocasional, aunque algunas veces, sobre todo en el caso de Javier, más dado al casamiento, las doñas lo llevarán con frecuencia al altar. Esto explicaría que de tanto en tanto una doña casadera se interpusiera entre La Andariega y Liber, y que los amigos siguieran sus propios caminos.
Este capítulo nos sirve, asimismo, para introducir el tema de lo amoroso en la vida de Liber: tan temprano y generoso en su vida como su pintura. Historia de muchos capítulos, que sólo se cerraría con el encuentro del verdadero amor, para abrir el nuevo capítulo del Liber marido, padre de familia y señor de su casa. Pero, hasta que esto ocurrió pasaron muchas cosas en el camino. De esas historias, algo hablaremos a lo largo de esta síntesis. Hago constancia, sin embargo, de lo interesante que resultaría realizar una investigación a fondo de dicho capítulo de su vida. Sólo identificar al elevado número de nombres de mujeres que salpican las hojas de sus agendas y cuadernos de viajes, sus fotos, e indagar en sus historias, daría para escribir una biografía amorosa de nuestro aventurero pintor, permitiéndonos trazar a la vez un retrato de la mujer de aquel tiempo.
Es cierto que el tipo de hombre conquistador lo es en cualquier época y bajo cualquier circunstancia, pero hago constar el dato, como el propio Liber señalara en su correspondencia con la familia, lo desprovisto de hombres que estaban países como el Paraguay y Brasil de su época, por causas diferentes.
“En estos días me doy regios paseos y baños en los igarapés u arroyos de agua fría con tintes marrones… Aquí vivimos rodeados de verde selva, por eso, hermanitas, uno se ata a esos cipós o colgaderas y parece preso de tanta grandiosidad. Otra causa son las muchachas, la libertad auténtica que se tiene y se puede hablar de quien se te ocurra, sin por eso causar desacatos a ningún presidente… Hoy mismo, a mediodía, el jefe de policía me trajo con su auto a mi pensión, y me decía como hacía yo para que las mozas me dieran tantas atenciones. No es cosa por la cual haya que preocuparse, le dije, aquí hay siete muchachas para cada hombre pero, como algunos no aprovechan todas, soy yo el que llevo el mejor bocado.
“Se imaginan una ciudad metida en la selva que a las seis de la tarde el cenit marca en pocos minutos una noche cerrada, excepto cuando hay luna. Entonces, en los barrios de Flores, las piletas naturales se tornan paraísos y mientras el aire caliente y parado se torna irrespirable, el agua del igarapé bajando de la sierra cruza velozmente, acariciando los cuerpos de las morenas que quieren luna y amor. Y así, la vida pasa, hermanitas, y mi historia se va atando a otras más.”
Lo que el jefe de policía no pareció percatarse – de ello se encargaban las “doñas”- fue del atractivo del pintor, tal como atestiguan las fotos de época, y también la serie de autorretratos que se hizo Liber a lo largo del tiempo, y hasta sus escritos:
“Y era una doña ¡de hermosa como un sol! Y vio a un pintor de ojos azules, alto”
Nos fuimos un poco lejos de La Andariega, pero, como ella, seguimos nuestro propio ritmo caprichoso. En suma: Liber y Javier no sólo fueron titiriteros, caminantes, sino conquistadores natos de “doñas”.
Día llegó, como todo, en que la aventura de La Andariega se terminó. Primero para Liber, después para Javier. Liber optó por seguir su propio camino: un camino que debía transitar en soledad. Furt, que conocía a ambos amigos, al conocer el episodio de La Andariega, en fecha tan temprana como 1937, ya le había escrito a Liber aconsejándolo severamente que siguiera su propia brújula y enjuiciándolo tanto a él como a Javier en los siguientes términos:
“No le haga caso a Villafañe. Todo eso es una exteriorización de disparate con la que él cree tapar esa desorientación, ese no saber qué hacer, que a veces tiene. Claro que por otro lado no son ustedes para ser amigos. Usted es caprichoso, voluntarioso, un poco niño mimado. Javier es lleno de contradicciones y acostumbrado -y me parece muy bien- a querer hacer lo que se le antoje. En fuerza deben chocar. Para vivir -si eso es posible- cómodamente juntos es indispensable deshacerse en absoluto cada uno de lo que haga el otro. Porque nunca ustedes podrían hacer cosas pareci das. Y otra cosa: la convivencia con alguien va bien o va mal, pero nunca depende de cada uno. Contra toda la buena voluntad de cada uno, se pelean. Y es natural. Cada uno se hace su vida a su modo. Y cada uno cree que la hace bien. Además -y esto es punto final- no hay nunca que identificar al hombre-artista (escritor, pintor,músico) con el hombre-hombre. Muchas veces, el noventa músico) con el hombre-hombre. Muchas veces, el noventa y cinco por ciento, no tiene nada de parecido el uno con el otro. Y aún más, le confieso esto: mejor es que ante una obra linda no piense en querer interiorizarse de su autor. Puede serle un desengaño inútil. Y créame que no es éste el caso de Villafañe, a quien no creo malo y a quien prefiero estimar”.
Esta carta, al parecer, debió ser respuesta a una carta de Liber que no poseemos, en la cual el pintor debió plantearle a Don Jorge algún tipo de roce con Javier, y Don Jorge le manifestó ampliamente su opinión. Liber y Javier eran dos personalidades fuertes y con un concepto propio de la libertad personal. Esta es la razón por la cual en un momento dado debían separarse. Pero, separarse, ante todo, porque a dicha personalidad unían un talento artístico que debían desarrollar en soledad o con la compañía de seres que los siguieran incondicionalmente, tanto en la amistad como en el amor.
La carta pertenece a una fecha tan temprana como 1937, pero hasta mediados de los años cuarenta no ocurre la verdadera separación. La Andariega fue en definitiva el momento del encuentro, de la semilla de una amistad que aún hoy continúa a través del tiempo y de la distancia. Pertenece a la épica personal de Liber y Javier: a esos años gloriosos en que una carreta era guiada por el olfato de un par de yeguas y el sueño loco de unos artistas bohemios que llevaron alegría a los niños del continente. En este sentido Don Jorge, posiblemente agudo, pero severo y quizá celoso de la amistad de ambos jóvenes, se equivocó. Pues a ambos Liber los recuerda siempre y son parte de su bagaje personal.
Paraguay
(1938-1946)
«se arreglan santos»
En 1938 no había en el Paraguay que Liber conoció prácticamente pintura que restaurar, sino esculturas de santos. Estos eran tanto propiedad de la iglesia, como objeto habitual del culto doméstico en las ciudades y pueblos del Paraguay de los años ‘30. Y, obedeciendo a dicha oferta, Liber ajustó su tarjeta de restaurador de pinturas al de esculturas. “Se arreglan santos” era el cartel que colgaba de la puerta de la casa de nuestro pintor en Asunción.
Una foto de época ilustra el dato y nos ofrece la visión de un joven, con aspecto de salud quebrantada, delgado, correctamente peinado, vestido con la camisa típica del pintor: ancha, corta y con lazo.
En esa casa, que Liber había alquilado, vivió intermitencias (idas y vueltas a Luján y Buenos Aires y otros viajes esporádicos con Javier Villafañe), desde el año 1938 a 1946. Allí tenía su “atelier”. Allí pintaba retratos y autorretratos (tan característicos de esta etapa como aquellos), completaba sus paisajes del natural y restauraba. Era su base de operaciones: el punto de referencia de una estancia cuya característica principal será la andanza por el interior del país.

La amistad más estrecha, de verdadera camaradería, se dio especialmente con Herib Campos Cervera y, tan es así, que el hijo varón de Liber recibirá, en recuerdo del malogrado amigo, como segundo nombre, Herib. Entre ellos se darán mutuo trato de pajaritos, tal como consta en la breve y dispersa correspondencia que ambos tuvieron. Herib era “el pajarito con barba” y es de suponer que Liber fuera el pajarito con pajarita (la pajarita de la camisa de pintor). Se trata por tanto de una relación donde la ternura es el elemento tanto de una relación donde la ternura es el elemento destacable. Y, realmente, el nombre de pajaritos les calza a la perfección, dada la condición errabunda de ambos.
Herib, poeta, tenía como oficio la agrimensura y debía viajar con frecuencia al interior de Argentina por cuestiones de trabajo. En cuanto a Liber, espíritu errabundo por naturaleza, cualquier motivo de interés humanístico era suficiente para movilizarlo. La cuestión es que aquella casita que durante algunas épocas estaba de lo más concurrida, lugar de “farra” por excelencia de aquellos muchachos, pasaba por períodos de absoluto silencio, comunicando a su entorno una gran pena: “Por la casita todo marcha silenciosamente, completamente huérfana de doñas y caseína”, dice en una cita.
Finalmente, con el tiempo, la casita fue cerrada, pues cada uno de los amigos siguió su camino como era de esperar, para construir su propio estilo de vida. No obstante, el recuerdo guardó los días aquellos en el corazón y la memoria, si bien algunas veces estuvo matizado por el reencuentro o el arribo de alguna noticia fresca. Liber tuvo, años después, estando en el Brasil, noticias sobre Herib, pero fueron tristes noticias: el “pajarito” había muerto.
“y nada desfallece en el ámbito de tus noches enteras porque estás en el límite de un país invisible”
Herib Campos Cervera
Pueblos misioneros
“Todavía llego a tiempo, así como hubiera hecho un viajero de 1830”
“Así iba estudiando el aporte indígena de las artes locales”
“Estos días adversos comunicaban a mi andar de pueblo en pueblo cierta tristeza”
Los pueblos misioneros con sus monumentos y ruinas jesuíticas constituyeron la segunda escala del viaje de Liber hacia el mundo de las antiguas culturas del continente americano. Dicho viaje fue continuación natural del emprendido en Santa Fe y provisionalmente interrumpido por el episodio de La Andariega. Pero fue un viaje cualitativamente más importante, no sólo por el tiempo invertido en su realización -alrededor de 8 años más o menos- sino por el material acumulado en forma de:
• Pinturas, dibujos acuarelados de motivos arquitectónicos, escultóricos y pictóricos.
• Fotografías de conjuntos arquitectónicos, esculturas y objetos.
• Material escrito en forma de artículos de estudio que aparecieron en periódicos (desde 1940 Liber empezó a enviar material a Buenos Aires a la redacción de diarios como “La Nación”, y de cuyo trámite se encargaran sus hermanas).
• Charlas y conferencias locales.
• Y un material no menos desdeñable, formado por sus agendas, cuadernos de viaje y “libros de a bordo” del período paraguayo, que cubren los años de 1940 a 1946.
Un material variado, tanto iconográfico como escrito, de sumo interés por sus originales aportes, que aún no encontró la forma de un escrito definitivo, por lo que espera la mano de un historiador .de arte especializado en el período misionero que lo saque a la luz pública, reivindicando la figura de Liber Fridman en sus justos términos: como la de un artista que, en solitario, sin otra guía que su curiosidad e interés por conocer la historia, arriesgó un buen puñado de los años de su vida en rescatar del olvido de la selva dicho material. Cabe señalar que muchos elementos plásticos, escultóricos y arquitectónicos recogidos por el pintor no existen en la actualidad, y que dicho aporte ocurrió en fecha tan temprana como la década de los cuarenta.
Los cuadernos de viaje de esta aventura con su arsenal de citas nos sirven para definir algunas de las características que asumió la experiencia paraguayo-misionera. Las notas que presiden el presente texto son un buen ejemplo. En la primera dice “todavía llego a tiempo”. Dicho comentario hay que situarlo dentro de su contexto: Liber, debido a su permanente estado de mala salud, regresó a Buenos Aires un número superior a dieciséis (último número anotado en sus cuadernos), para recibir los cuidados de la familia. De ningún país partió y retornó tanto como del Paraguay de esa época. La expresión de Liber “muchos males, muchas andanzas”, resume claramente estos tiempos.
“Tienes que tratar de cumplir estrictamente tu tratamiento antes de largarte a trotar mundo”, le recomienda su amigo Herib.
Cuando la gravedad del caso o la falta de medios le impidió viajar a Buenos Aires, recibió la visita de su familia en Asunción, la de su hermana Ignacia quien, en todo momento, desempeñaría el papel de hermana-madre.
“Todavía llego a tiempo porque anduve retenido por otros problemas”, se lee entonces en la cita, pero al añadir “así como hubiera hecho un viajero de 1830” la frase cobra otro significado. “América todavía es terreno virgen para mis exploraciones: todavía hay cosas nuevas por descubrir, tanto al mundo como a mí mismo”. Descubrir las maravillas de América. La mención de la palabra “explorador” nos pone de evidencia cuál es el modelo que inspiraba a Liber. Liber se siente un explorador, como los del siglo pasado, como Humboldt, como Demersay, y desea emular sus acciones. Es el reencuentro con el sueño del niño y que tío Kive le inspirara en el hogar familiar. Por tanto, los aportes de Liber al estudio del arte misionero deben situarse en dicho contexto. Aporte a la manera del explorador romántico del siglo pasado, pero en los años cuarenta del siglo XX.

Liber observa y anota que en esos pueblos dispersos, de escasa población, el castellano es un idioma extranjero y tiene preponderancia el guaraní como medio de comunicación. Pueblos tranquilos, solitarios, con una idea del tiempo totalmente distinta a la occidental, incluso a la del propio Liber: va a ser una tónica de sus viajes la dificultad para conseguir medios de transporte de un pueblo a otro. Dificultad producida no sólo por una adversa climatología, sino debido a una especie de incuria, un dejarse estar, un tomarse las cosas tal como vienen, cuando hay problemas.
“Paraguay: país que invita al descanso, pues para hacer algo uno debe tener gran voluntad”.
Y frente a la prisa de Liber por ver, por anotar, por copiar, se opone la “pachorra” de los lugareños. Esos lugareños que no se interrogan por el pasado que se yergue ahí nomás, a pocos metros, sino que lo viven como sí se tratara de un presente continuo. Pues siguen asistiendo a sus iglesias, a esas iglesias antiguas, viejas reliquias, a rendir culto a sus santos domésticos. Liber va a encontrar, incluso en el rancho más humilde, verdaderas piezas del arte escultórico misionero jesuítico, como una herencia de sus antepasados indígenas, que los fabricaron con sus propias manos.
Y como sus antepasados, artistas y artesanos, los pobladores actuales no lo son menos. Artesanos de elevada edad, cuyo producto es ínfimamente valorado por el comerciante occidental, trabajan en medio de los mayores silencios hasta que la muerte los convierte en huesos, en polvo, en nada. En el aire de esa tierra.
“Así iba estudiando el aporte indígena a las artes locales”, es la segunda cita que preside este capítulo. Y, efectivamente, así procede pueblo tras pueblo: en San Cosme, Trinidad, Jesús, Apóstoles, Yaguarón, San Ignacio, Coronel Bogado, Santa Rosa, Santa Maria Fe, San Juan, Paraguarí, Tobatí, Ibitimí, Borja, etc.” Cada uno de ellos será visitado, fotografiado, sus objetos y relieves copiados, mientras recopilaba datos en el Archivo Histórico de la ciudad de Asunción.

“Hay más de 8 santos, todos ellos mutilados. ¡Ni que hubieran estado en la Revolución Francesa!”
Otras veces Liber sigue sus propias pesquisas de pueblo en pueblo, pero los lugareños son muy celosos de sus reliquias y no las venden.” “No hay casa aquí que no tenga por lo menos cuatro o cinco imágenes”.
Hay ocasiones, incluso, en la que a causa de estos objetos se vió envuelto en aventuras que estuvieron a punto de costarle la vida” o que directamente lo condujeron a la cárcel.
Finalmente, el balance es bueno pese a las adversidades, y Liber consigue hacerse con un número de objetos tal, de tallas y pinturas, que dispone de un material abundante para crear un museo. Y sí, lo hace. Gracias a los aportes de Liber Fridman, por un lado, y la gestión de Monseñor Bogarin por otro, el Paraguay posee desde aquella época un museo de arte misionero. Liber lo funda y es su primer director pero, así como su labor había atraído los buenos oficios de Monseñor Bogarin, del mismo modo suscitó todo tipo de envidias, de mala prensa entre los lugareños. Se había creado para ese entonces una atmósfera enrarecida y Liber entonces opta por marcharse del Paraguay. Un nuevo norte había detectado la brújula de sus sueños de andariego.
Muchos registros hacen mención a la tónica de sus viajes por el interior paraguayo: climatología adversa, lluvias torrenciales que impiden continuar viaje y obligan a permanencias no deseadas en lugares aislados-, malos caminos, pésimo sistema de comunicaciones, etc. Pero, por sobre todo, andanza real, andanza de verdadera caminata. Trajín en los trenes, colectivos, carretas, caballos. Sin lugar a dudas, fue la etapa en las andanzas de Liber en que “más polvo debió mascar”. Tantas adversidades a veces lo desanimaban. Era entonces cuando cobraban un verdadero relieve sus lecturas sobre los exploradores del siglo pasado, las dificultades sin fin que tuvieron que experimentar para lograr el objetivo que se habían propuesto. Pero Liber, espíritu emprendedor y positivo, tomaba bríos enseguida, y la recompensa de visitar personalmente aquellos testimonios del arte indígena del siglo XVII paraguayo lo retribuía de los sinsabores y fatigas. “Yo creo que estos viajes son de los pocos que realizaré en mi vida, a pesar que tienen sus encantos. Fatigan mucho pero creo perfectamente que los antiguos viajeros en misiones parecidas a las mías han sufrido demasiadas penurias para reunir una obra vasta y capaz de fijarla para la posteridad. Me imagino a Demersay, que llevó un itinerario parecido al mío. Cuántos tropiezos habrá tenido!”
Un comentario de esta naturaleza hace pensar que el Liber de aquella época no tenía concentrada su atención, como en otros momentos de su vida, en el tema de la pintura. La época del Paraguay, si bien aportó a su pintura paisajes y personajes nuevos, fue una época de andanza, de camino, de búsqueda fundamentalmente.

Rosemary
“Le pregunté por Rosemary y me respondió: `La Niña’ hace rato que nos dejó y se fue a la Argentina”
La historia amorosa de Liber en la etapa paraguaya tiene varios nombres, y en algunos casos, sólo sobrenombres. Apodos como “La Porota” o “Nenuca” tiene varios nombres, y en algunos casos, sólo sobrenombres. Apodos como “La Porota” o “Nenuca” nombres. Apodos como “La Porota” o “Nenuca” “Nenucha” aparecen en sus cuadernos de viajes como breves notas de amores pasajeros.
El que sí no fue pasajero fue el noviazgo que Liber llegó a formalizar, con proyecto de boda, con una joven de origen anglo-germánico, natural de la ciudad de Chelsea, Rosemary Müller, en el año 1941. En este caso no son breves notas las que nos permiten la reconstrucción de esta historia, sino una correspondencia amorosa: la enviada por Rosemary a Liber en el curso del año 1941.
Lamentablemente, lo que sí no poseemos es la correspondencia en sentido inverso. En este caso, la memoria de Liber nos sirve para rescatar la otra mitad de la historia.
Rosemary era de profesión grabadora y colaboraba con sus trabajos en diarios de Londres. Por circunstancias que desconocemos, Rosemary viaja con su madre y hermano al Paraguay con la idea de quedarse permanentemente. Al parecer, el padre había muerto y su cuerpo descansaba en Chelsea. “Un ancla era el distintivo del cementerio donde había sido enterrado, pues se trataba de un marino”, recuerda Liber.
La familia Müller no elige como lugar de residencia la ciudad de Asunción -a la cual sin embargo se trasladan con frecuencia-, sino una población cercana: Bernal-Cué-Altos. Es allí donde Liber conoce a Rosemary, en el contexto de una aventura hecha a la medida del espíritu aventurero y romántico de nuestro protagonista.
La conoce primero por el sobrenombre. Un día, en Asunción, un médico amigo le pregunta:
“Y usted, Fridman, que tanto ha viajado por el Paraguay, ¿conoce a ‘La Amazona’?”
Y Liber ya está intrigado por conocer a esa persona que lleva tan sugestivo nombre.
“Vive en Bernal-Cué”, añade el médico, “con su madre y su hermano. En una casa que tiene un farol colgado en el pórtico de entrada. Es fácil de identificar, no se perderá”.
Liber no lo piensa dos veces y monta en su caballo, pues el caballo era el mejor amigo del hombre en esos caminos polvorientos e intransitables para el vehículo rodado. En el camino una tormenta se desata, de esas que sin previo aviso azotan el Paraguay. Liber lleva cabalgando varias horas. Se cree perdido, el caballo parece llevar su propio rumbo, cuando… una luz débil, al fondo, indica cerca la presencia humana. Un farolito colgado del pórtico de una casa le confirma que está sobre la pista verdadera. Liber toca la puerta y una ráfaga de luz ilumina la oscuridad reinante. Un joven empapado se presenta ante los ojos curiosos de una rubia joven y los desorbitados de una mujer, más madura, que no entienden lo imprevisto del caso. Y la mujer, la que luego se reconoce como la madre, dice:
“Se fue un hijo, pero la lluvia me trajo otro”.
Y es que Liber era ajeno al drama que había sucedido momentos antes de su llegada: el hijo de aquella mujer había abandonado el hogar por ir a la guerra. (Recordemos que en aquella época tenía lugar la Segunda Guerra Mundial). Se había ido a pelear a favor de los alemanes. De allí el comentario de la madre, angustiada por la decisión del hijo.
La relación con Rosemary es muy diferente a la que había tenido hasta entonces Liber con otras mujeres. Rosemary Müller era una mujer culta, con conocimiento del mundo, y parece ser que también una grabadora de gran calidad. Hablaba al menos un par de lenguas -el inglés era su lengua natal-. Se trata, por tanto, de una mujer que está a la par que Liber. Y es precisamente esta igualdad la que en, un principio, favorece una estrecha relación. Una relación basada en la coincidencia de aficiones, de ideas e incluso de profesiones. Sin embargo, contradictoriamente, dicha igualdad es la que en última instancia hará imposible la relación. No de otro modo la propia Rosemary explica la razón de la ruptura: se trataban de dos seres con voluntades y personalidades muy formadas y que no estaban dispuestos a ceder para dar lugar a esa tercera cosa que es un proyecto común de vida. Especie de síntesis entre ambas partes. Fue Rosemary la que de hecho tomó la iniciativa, rompiendo su relación con Liber.
Al recordar hoy la historia Liber hace hincapié en un aspecto determinante en la balanza de la ruptura, en este caso atribuible a él: la de haberla tomado muy en serio. “En aquel entonces era un hombre romántico ella hubiera esperado otra respuesta de mi parte. Yo pasaba largas temporadas en Bernal Cué y ambos salíamos a cabalgar hasta que la noche nos cubría con su manto. ‘La Amazona’ hacía entonces verdadera gala del apodo que se había ganado entre la gente. Y ella luego me invitaba a que nos bañáramos en el río, pero yo la contemplaba desde la distancia. Yo la quería para casarnos”…
(…) “Ha pasado el tiempo y un día en Harrods, en Buenos Aires, vi de lejos a la madre. Luego, cuando volví a viajar a Asunción con motivo de una muestra de mis dibujos misioneros, pregunté por ella. Me dijeron que no sabían nada. No se si estará muerta”…
Adiós, Paraguay
“Aquí se me creará un ambiente hostil…” “Estos son días de desgracia para mi voluntad -quería dejarlo anotado”. “Un no se qué me obliga a andar”… “Dentro de muy breve plazo iniciaré mi tan soñado deseo de pintar en ese maravilloso país que es el Brasil” … Estas son expresiones lo suficientemente aclaradoras para explicar por qué en el año 1945 Liber abandona definitivamente Paraguay (aunque en el año 1946 retornará por circunstancias imprevistas y aprovechará para hacer una muestra en la Casa Argentina del Paraguay) rumbo al Brasil.
