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Buenos Aires

La casa de Julián Álvarez
(de 1971 a la actualidad)

 

En 1971 los Fridman se instalan en Buenos Aires: ello les supone empezar por segunda vez, pero esta ocasión será la definitiva, los Fridman se quedan en. Buenos Aires y, tras una breve estancia en casa de las hermanas de Liber así corno un experimento en el. barrio de Caballito, se trasladan a Julián Álvarez, en el. corazón de Palermo Viejo. Esa será la casa definitiva: la casa donde cada sueño tendrá lugar propio. Morada para vivir, soñar y crear, la casa de Julián Álvarez es la síntesis de una vida. Abrevadero a donde van a desembocar las aguas de tantos viajes por el mundo y que aparecen representados en infinidad de objetos: paraguayos., brasileños, europeos peruanos fundamentalmente, así corno obras de arte de artistas latinoamericanos modernos (Xul Solar, Carybé, Kantor, Castagnino„ Berni, etc.). Los objetos, esa referencia tan necesaria en el mundo de Liber, esa necesidad de rodearse de cosas bellas, no siempre aparecen en estado puro: han sido producto de una transformación. Del mismo modo como han sido transformados los materiales del collage. Así, una mesa ratona cuya originalidad estalla por las cuatro patas es el resultado de los aportes paraguayo y peruano. Existe una re-transformación del arte en arte.

Junto con los objetos, los cuadros aparecen como protagonistas dentro de un mundo de plantas y de luces filtradas por los cristales coloreados de las vidrieras. Esta es una morada para los cuadros que entablan desde distintos puntos de la casa un diálogo permanente entre ellos, el público y fundamentalmente el artista. Algunos, sin embargo, no descansan incólumes (esto no es un museo). El artista arremete contra ellos, sean antiguos o recientes. Si hay necesidad de corregir, de cambiar, se hace y punto.

No siempre, hay que decirlo, el artista es el mejor interlocutor de la obra. Las obras de Liber Fridman, en particular, claman desde hace tiempo un diálogo que llegue a muchos más que el público efímero y escaso de las exposiciones.

 

Con 83 años, Liber Fridman sigue activo en su taller: produciendo, exponiendo y, lo más importante. soñando. Tejiendo, como él gusta decir, una fantasía que no acaba. Pero si bien la figura de Liber prima en esta casa, con toda su biografía, detrás se advierte la figura a la vez suave y firme de Mirna, consagrada, ahora sí, a su propia aventura: el yoga. La casa de Julián Álvarez es también el encuentro de estos dos seres con sus respectivos mundos, un resultado de ello. No existe sin el uno; no se explica sin el otro. Entre ambos se ha producido una perfecta simbiosis. Resulta curioso anotar que Mima se dedicará finalmente al yoga: el yoga cuyos principios terapéuticos habían salvado milagrosamente a Liber de la muerte en el Brasil y al cual se adscribiría aquel como a esa otra manifestación de la ciencia oriental.

Y Ariel, el tercero de esta familia, viene a ser el heredero de este mundo. Junto a su padre aprenderá el oficio de la restauración, pero además desarrollará desde niño una pintura donde lo fantástico será el elemento fundamental.

Por último, como en Perú pero más ampliamente, Julián Álvarez se convertirá en punto de referencia de amigos, escritores, especialistas de la cultura, embajadores de países exóticos y artistas. y dichos encuentros se hallarán fielmente representados en las tertulias: punto de encuentro para el recuerdo pero sobre todo para los proyectos. El lema que siempre y de ahora en adelante presidirá dicha casa no puede ser otro que la máxima senequista: “Siempre levantar anclas, nunca detenerse”.

Y sin embargo, Liber hace rato que se ha despedido de la tertulia, aunque sigue llegando gente a su casa, a conversar mientras saborea una taza de té.

Alguien que pasa frente a la ventana del taller ha visto a un hombre de pelo cano y ojos fieramente azules contemplar el horizonte. No se sabe qué mira, pero hay una profunda nostalgia en su mirada.

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