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Brasil

Brasil
(1945, 1947-1954)

“Que cada día de vida sea un día de vida”
“Soy un hombre que edifico todos los días mi orden de vida, mi orden de trabajo y mi orden de equivocarme”
Las dos citas que abren el presente capítulo -la una desarrollando a la otra- son claramente representativas de la etapa brasileña de Liber. Brasil es el país que después del Perú -al que viaja posteriormente- representa una de las experiencias más importantes del artista en su vida. Experiencia de vida, pues el Brasil fue el país que arrebató con sus bellezas, con sus contrastes y por qué no con sus mujeres, el espíritu aventurero de Liber Fridman. Le proporcionó nuevos temas a su pintura, saturó de color sus telas y fue quizá la época en la cual vendió más pintura.
Resultaba de gran atractivo no sólo en el Brasil, sino luego también en el extranjero, el exotismo de sus temas por donde desfilaban personajes, costumbres, lugares que sólo en dicha parte del mundo se podían encontrar: siringueiros, pretinhos, favelas, candomblés, etc. Todo ese mundo que sólo se podía representar habiendo vivido en aquella tierra. Fue también la época en que desarrolló de un modo pleno el bien la época en que desarrolló de un modo pleno el retratismo.
De alguna manera, la figura de Paul Gauguin parece gravitar en esta época como modelo de vida: el carácter de sus viviendas, los temas de su pintura y esa voluntad, por encima de todo, de estar en contacto con la voluntad, por encima de todo, de estar en contacto con un mundo salvaje, natural, lejos de “esa rutina que las ciudades muestran en su frío perfil de piedra gris”.
Liber viajará a Europa -atraído por la idea de conocer el Viejo Mundo- y también a los Estados Unidos en varias ocasiones de su vida. Finalmente, adoptará como lugar de residencia la ciudad de Buenos Aires (“ciudad triste, con mucha gente que opina y critica más de la medida”).
Sí, Liber viaja pero lo que rescata en su balance no es el mundo de la ciudad, ni el modelo de vida occidental. Liber es un americano nato en su forma de pensar, en sus gustos, en su forma de vida. Será capaz de hacer una descripción fresca y directa sobre la Europa que conoció en el año 1954, y a la cual retornaría en 1987, como si hubiera sucedido ayer. Con gran agudeza y poder de observación. Mencionará, entusiasmado -con ese entusiasmo propio de su carácter, arrebatado- del avance de los Estados Unidos, de la fe en el progreso de su gente, etc. Pero, lo que finalmente queda, lo que se decanta de esa experiencia de vida, no es ni lo urbano ni lo occidental europeo-norteamericano, sino la naturaleza de America. El verde -ese verde que campea en la mayoría de sus telas- y lo americano del Sur. Lo brasileño y, por encima de todo -como luego veremos-, lo peruano precolombino. Ese fue el mundo que realmente lo conquistó, y del que hará gala sin ningún tipo de falsedad ni subterfugio. No es un americanista de nombre sino de corazón, de hechos. No es un americanista de aquellos que vive mirando a Europa o a los Estados Unidos. Su espíritu pertenece al continente verde y de terracota.
Brasil, como decíamos al principio, es el país que mejor ejemplifica aquel consejo de vida que un dita ya lejano, en Luján, recibiera de su amigo Furt. En Brasil, realmente, armó y desarmó su orden de vida como en ningún otro lugar. Fue un país donde vivió con gran libertad de movimientos, experimentando todo tipo de contrastes. Estuvo en las frías ciudades de Río y especialmente, en años muy posteriores a este viaje, en San Pablo. En ciudades de larga tradición histórica, como Bahía, Belem y Recife, donde fue testigo de la riquísima cultura colonial, portuguesa y holandesa, fundamentalmente. Y en ciudades ubicadas en pleno corazón de la selva amazónica, como Manaos y aquel poblado, Manicoré, en el centro de la tierra. Inevitablemente, ante semejante diversidad de situaciones, Liber tenía que armar y desarmar de modo constante su propio orden de vida.
Por último, y para cerrar esta introducción, no quería dejar de mencionar que el núcleo legendario de las andanzas de Liber está constituido por las experiencias paraguaya y brasileña.
El término “Andanzas”, que da nombre a la segunda parte de este libro, tiene parentesco con el de “La Andariega” de los titiriteros. Se trata, en realidad, de un término grato a Liber, que de ese modo suele denominar su periplo por tierras americanas. La palabra parece arrastrar el polvo de los caminos y posee algo de quijotesco pues como “caballero andante” se veía el personaje cervantino. En última instancia, se ajusta al carácter romántico de los viajes de nuestro pintor, y de ahí su uso.
En el intento de recuperar la visión del mundo de Liber Fridman, por otra parte, creo importante mantener cierto punto de fidelidad a su mundo expresivo, a su lenguaje y sus ideas.
Paraguay y Brasil, decíamos, constituyen los dos puntales de las andanzas de Liber. Luego vendrán Europa y Venezuela, pero ambas experiencias carecerán del carácter romántico de las anteriores.
Vayamos ahora, sin más dilaciones, al Brasil de la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando Liber pisa por primera vez la ciudad de Río de Janeiro.

Rio de Janeiro
(1945)

Río fue el más temprano contacto que tuvo Liber con tierra brasileña; el más temprano y el más fugitivo, pues debido a circunstancias varias, entre ellas la falta de dinero, tuvo que retornar a Buenos Aires y luego a Asunción. Fue en dicha ciudad donde por primera vez expuso sus telas con temas cariocas. Una vez más la alegría de pisar una tierra nueva, con paisajes inéditos, era la que alimentaba su producción artística.
Lo que más curiosidad produjo en el primer momento al pintor fue la libertad de costumbres y falta de prejuicios de la gente de Río como, si en cierta forma el carácter de la naturaleza, que obligaba al replegamiento en Paraguay, liberaba los sentidos en Brasil. Una naturaleza pródiga que parecería inspirar un modelo de vida basado en el Carnaval.
“Esta ciudad es de locura… El mar dista de mi cuarto bohemio dos cuadras: de un verde esmeralda puro. Se asoma hasta la playa de Copacabana. La Avenida Atlántica es una rua de seis kilómetros con edificios cada uno más lindo que el otro.
“El contraste de la ciudad con los cerros y la finísima nota del mar tiene para mí otra comparación, y la da la mujer morena -la pretinha- con la distinguida niña que viste en Buenos Aires o París y también el hombre, que anda en short al mediodía con la misma naturalidad que un tipo elegante”.
Una nota característica de la estancia en Río, y en general en Brasil, es el contacto que, con altibajos, mantiene con la colectividad judía. Desde la época del hogar familiar que esto no sucedía.
Liber no se caracterizará, como tampoco la familia, por un judaísmo practicante; su vinculo viene del lado de la pertenencia a una tradición. En algunas ocasiones la tradición, pero también la necesidad de hacer relaciones sociales, lo llevó a frecuentar dicho círculo y sus templos. Brasil, país cosmopolita, tenía como uno de sus rasgos característicos la existencia de sinagogas cuya antigüedad arrancaba de la época colonial: de cuando la expulsión hispana de los judíos.
“No dejo de ser idish a pesar de que el tiempo pasa y mis vinculaciones no pertenecen a la colectividad”
“El domingo fui a la inauguración de un club azul y blanco de la colectividad israelita. Curioso era ver en esos suntuosos salones de un viejo palacio los rostros de la España de la Inquisición, de polacos, de marroquíes. 300 años de generaciones en Belem. Un señor historió, desde los tiempos de 1600, que habían sinagogas en Belem… Yo estuve extrañado de ver esos rostros tan morenos como la gente que es nativa de América. El judío es un bicho tan milenario como la tierra y nunca se lo exterminará”.
Finalmente, no quería acabar el tema sin insistir en la idea de que el Liber de ese entonces es un hombre que mucho más allá de sus vinculaciones externas con lo judío piensa en judío:
“Y si el diablo mete la pata haré como Job: tener paciencia y esperar algo mejor.” “De esta muestra artística tengo tantos planes que si me fracasara pensaré como Job. Desistiré de viajar y de formar un hogar, y lucharé duramente otro año más. ¿Será que así lo exige el destino?”
Sucede que en esta ocasión algo ha cambiado en la vida de Liber. Si en el Paraguay misionero el modelo,el ejemplo de vida estaba representado por los exploradores del siglo pasado, en el presente caso es el Job bíblico. Y mientras el primer modelo era ejemplo de perseverancia en el movimiento, el segundo lo es en la paciencia, en cierta forma de inmovilidad. La figura de Job es invocada en la lucha de Liber por hacerse un lugar en el mundo de la pintura. Y aquí viene el cambio cualitativo, pues si antes el acento estaba puesto en la andanza, en este momento lo está en la pintura de un modo más exclusivo. Esto no quita que Liber ansíe viajar y que viaje finalmente, pero ahora está diciendo que desistirá de viajar y hasta de armar una familia.
“Y si permanezco en esta ciudad mi próxima obra irá en franco progreso”.
Otra lectura es que si no logra vender no va a poder viajar, pero el comentario -a la luz de otros tantos- va un poco más lejos. Es necesario ya, a esta altura de su vida, con 35 años, centrarse de un modo más exclusivo en la pintura. La preocupación por dicho tema aparece reflejada en su correspondencia.
La impaciencia viene esencialmente de un lado: Liber no se halla satisfecho con su producción artística. Su pintura no lo representa del modo hondo al que aspira.
“Mi obra será difícil lograrla pero al final se cumplirá el mensaje que está muy dentro de mí”.

San Salvador de Bahía
(1947-1949)

“Y cambié otra vez el itinerario de Río por otro más lejano: el de Bahía”
El atelier
El tiempo en la ciudad, en ciudades como Bahía, es un tiempo de limitada andanza, ya que la andanza principal se desenvuelve en el “atelier” del pintor:
“Encontré una casita… La baranda mira al mar que cae a pique en una cuesta 85 mts. abajo. Hay una iglesia y casas del siglo XVII. Es un romántico y apartado lugar céntrico”.
Y más en el caso de Bahía (en realidad del Brasil), en que el tiempo lluvioso arrasa con cualquier proyecto de pintar al aire libre. Liber toma sus apuntes del exterior: a veces al aire libre, cuando el tiempo lo acompaña; otras bajo el alero de alguna casa. Luego los completa en el taller en el cual se dedica mayoritariamente a hacer retratos para vivir. Liber se mantiene en esa época con la venta de cuadros y alterna también con la restauración.
“Durante la mañana hago paisajes con figuras trabajando; de tarde hago retratos por encargue. Esto me salva los gastos que a diario hay que afrontar”.
“El otro día me trajeron para posar aquí, en mi atelier, a tres pisos de escalera, a una vieja preta de 130 años. Cuando ella subió me pidió un poco de agua. Luego habló todo el tiempo hasta que la condujeron hasta la puerta. Ella se llama vovó Melania y es muy popular, Anda sola por las calles y camina derecha”
La producción plástica de esta época le resulta a Liber altamente satisfactoria. Los temas nuevos que le proporciona la ciudad lo tienen enamorado. Por otro lado, recibe críticas elogiosas. Esto no impide que el pintor, como si observara a través de una lupa, mida escrupulosamente sus progresos en pintura.
Los retratos de hombres, mujeres y niños se caracterizan por la fidelidad al modelo natural, un dibujo fino y sensible, ya visto en la época paraguaya, y un colorido intenso. Son obras que, de algún modo, hacen pensar en las de Gauguin.
Actualmente el pintor posee un escasísimo número (en menor cantidad incluso que los de etapas anteriores) de aquellos cuadros llenos de vitalidad, color y exotismo: prueba evidente de que funcionaron como valores para la diaria supervivencia, así como de que obtuvieron el beneplácito del público, independientemente del hecho de que fueran encargos particulares. Su escaso número en la. actualidad les confiere un valor no sólo sentimental. De hecho, una parte del público que conoce la obra íntegra de Liber Fridman tiene preferencia de gusto por esta y no por la peruana que es mucho más personal.
El atelier de Bahía no fue estable, pues el pintor se mudó en un par de ocasiones por lo menos; pero, eso sí, posee esos elementos que lo hacen suyo: los objetos amados y familiares que siempre acompañarán al artista en todos sus viajes, no importa lo lejos que se fuera. Alfombras, baúles con trabajo repujado, cama con dosel y otros muebles peculiares, con los que se creaba un entorno sumamente estético, grato a la vista. Y si a ello se le suma lo más importante, la pintura de pretinhos y bahianas, el conjunto está completo.
El atelier es un lugar sumamente atractivo y alegre, pero no siempre es escenario de trabajo, de fervorosa entrega al trabajo, ni de alegría precisamente. A veces esos grandes espacios que constituirán todas sus viviendas de soltero ponen en evidencia su soledad. “La prueba de mi soledad la repito a diario y soy muy fuerte. Con decirles que aquí en este caserón de tres pisos yo vivo arriba y más de veinte cuartos están vacíos y no hay luz eléctrica. Es una construcción del siglo XVIII” …
El sentimiento es sin embargo contradictorio pues, si por un lado la soledad le pesa y dicha situación lo lleva a pensar en el pasado, los seres queridos dejados atrás, por otro lado estima como positivo el silencio y el aislamiento que ha elegido como requisitos necesarios a toda creación artística.
En la sucesión de citas que vienen a continuación dicho estado es sentido de modo diverso. Primero hay un modo retórico, no obstante poético, de designarlo mediante el circunloquio: “en este”, “aquí”, “en este”. En cuanto al sentido, el pintor se encuentra en paz con dicho silencio.
“En este mediodía de silencio, aquí, en este mi mundo a solas, les contesto la carta” …
La cita siguiente corrobora la anterior y aún añade “como en Villa Raffo”: con las mismas características que cuando vivía en el hogar familiar. Alude especialmente al detalle “del alumbrado a querosén” más que al silencio, pero dicho recuerdo sirve para que él se sienta en cierta forma como en casa: un poco más acompañado por tanto. “En este mi mundo a solas”: en este mundo mío que yo descubro en la soledad. Lejos del mundanal ruido.
“Prefiero este silencio, alumbrado a querosén, como en Villa Raffo” …
Dicho sentimiento de soledad que recorrerá como una espina toda su errabundia está relacionado, como decíamos, con la exigencia que toda obra creadora tiene, pero no sólo en su faceta creativa propiamente dicha, sino también con la faz social de la misma. Liber no es un pintor reconocido en aquel entonces, es un pintor que está haciendo lentamente su camino. Ni siquiera es un pintor que haya dado con la clave (y esto realmente es punto cardinal) de su propio mundo interno. Para ello todavía falta dar unos cuantos pasos. Pero, y además, no es un pintor vocinglero. Es un hombre que, aunque le ha sido concedido el don de la conversación, de una charla fluida, y con capacidad para entablar relaciones sociales, que en algunos casos le proporcionan entrada a determinados ambientes, no se presta en absoluto al juego social, frívolo, de las muestras.
“Aunque no hago las cosas con el estruendo de los otros colegas, mi día llegara también. Soy persistente de veras… Y ahora invertiré mis horas para adelantar sin esa cochina propaganda de la que otros se rodean”

La ciudad, Bahía

Liber no anduvo tantos kilómetros en el Brasil, ni eligió la lejana ciudad de Bahía como su primer lugar de residencia, para “mantenerse encerrado en un atelier”. Y, aunque las frecuentes lluvias de la ciudad no eran buenas aliadas para el pintor al aire libre, tampoco fueron óbice para que permaneciera quieto. Pintaba como podía: con lluvia o sin ella. La actividad del artista, por otro lado, se desarrollaba dentro y fuera del atelier. El adentro era para desarrollaba dentro y fuera del atelier. El adentro era para la maduración de los motivos elegidos, la creación de un estilo en un ámbito adecuado. El afuera era el motivo de inspiración. No olvidemos, además, que nuestro pintor es andariego por naturaleza. Así es que si elegía un punto tan distante en el mapa como la cuidad de Bahía, no era para permanecer a espaldas de lo nuevo que aquélla le ofrecía. De hecho, la necesidad inmediata, una vez encontrado un techo que “cobijara los huesos”, era la natural de ir a caminar, pasear, entrar en confianza con las nuevas calles. Dejar que un colorido nuevo, nuevos rostros, otros gestos, penetrasen en la retina, en el corazón y en la mente. Si a esto se añade la circunstancia de que el pintor debía construir de cero su orden de vida cada vez que pisaba una nueva ciudad, y por tanto tocar puertas para conseguir retratos por encargo y/o restauraciones, el esquema se arma por completo.
Liber, obligatoriamente, pero, además por carácter, era un hombre social: hábil para crear un entramado de relaciones tal, que su estancia en todas las ciudades que visitó fue altamente positiva en todos los sentidos. Nunca experimentó la miseria. Siempre supo atraer el trabajo, cumplir seriamente sus tareas. Su modo de ser austero, ahorrativo, le permitió no sólo viajar sino realizar también esporádicas ayudas a su familia.
En definitiva cada viaje a un nuevo país, a una nueva ciudad, era de apertura al mundo y sus diferencias. No de otro modo se explican sus continuas mudanzas. Y es que Liber necesita volar: ha planteado su camino en el arte como un viaje hacia afuera, y hasta que no llegue la etapa del Perú dicho criterio no cambiará. El viaje de Liber es, en definitiva, de acopio de impresiones nuevas, y hasta que no se decante en una síntesis personal seguirá en esa dirección. No obstante, hay que matizar, pues al aproximarse al fin de su permanencia en el Brasil, Liber ha ido experimentando ya un cambio interno.
“Lo que vale, hermanitas, es la fe, de allí, el camino a seguir es uno solo, aunque viva en la Conchinchina o en Recife”.
Aparece por tanto la idea de que el camino artístico no depende tanto del lugar donde uno viva, de lo que se observe afuera, sino de un propósito interno. Va a llegar un momento en que se produzca en Liber una a llegar un momento en que se produzca en Liber una maduración tal, que entregue su vida al trabajo creativo en el atelier. De momento la etapa brasileña sigue siendo de transición, con idas y venidas. El elemento costumbrista sigue siendo muy fuerte y el pintor que vive en Bahía se ha consustanciado tanto con el medio que se lo considera pintor bahiano.
“Decían que yo era la primera persona que supo pintar Bahía, el problema social, con un gran censo de poesía en cada tema”
Bahía le suministrará nuevos temas: los pretinhos y bahianas del carnaval, los templos coloniales, el mundo de redes y canoas de los pescadores que sus ojos contemplan cada día desde el atelier. Cuando dichos motivos se agoten, cuando Liber haya exprimido los tipos y paisajes bahianos, es cuando sentirá necesidad de viajar, de salir a la búsqueda de nuevos ternas para su pintura.
La soledad, dijimos, fue una constante del tiempo en Bahía, pero esta visión pecaría de parcial si no mencionamos el hecho real de que Bahía fue también un tiempo de nuevas relaciones para Liber, de conocer gente con una idiosincrasia totalmente diferente a la de sus referentes porteño y paraguayo. Su peculiar y romántico oficio de pintor retratista y/o restaurador fue una llave que le sirvió de acceso al ambiente de la burguesía pudiente, pero más especialmente al de la aristocracia bahiana de rancio abolengo. El atractivo porte de Liber, unido, como ya dijimos, a su especial don para la charla, su interés nato por los temas de la cultura, lo convirtieron en un tipo doblemente atractivo, al igual que su arrojo para hablar en un idioma distinto al suyo. Tales elementos le posible la conquista de este medio. Y eran generalmente las mujeres, las damas de la aristocracia las que demandaban los oficios del pintor. El pintor de la época brasileña fue un hombre sumamente solicitado por el sexo femenino, y vio premiado su atractivo con generoso trato y sendos encargos de retratos. Así, pues, la estadía en Bahía osciló entre la soledad y la relación social.
Día llegó en que el pintor no pudo con su genio e hizo el equipaje: la ciudad ya no le ofrecía más atractivos y además llovía demasiado.
“Siento necesidad de salir de esta ciudad. Ya he deambulado casi por demás por estas ruas coloniales. Mis últimos motivos los he pintado desde una casa o bajo techo porque era tiempo de diluvio por semanas enteras”.

Belem do Pará
(1949-1950, 1952)

 “En Belem tendré motivos del indio amazónico y podré reunir descansadamente, una serie grande de cuadros dentro de la realidad de este tiempo”
El indio amazónico
La cita que abre este capítulo insiste, por un lado, en un tema ya comentado: la búsqueda de nuevos motivos para pintar, en este caso el indio amazónico. Por el otro, introduce la idea de que el pintor se siente como un cronista de su época, pues dice que va a pintar “la realidad de este tiempo”.
Considera que esa actitud suya de captar motivos naturales, típicos del lugar, de pintar más concretamente a los tipos locales de cada ciudad y otros medios en sus actitudes características, como la bahiana en los carnavales, las “filhas do santo” en los candomblés, el indio amazónico en la selva, el caboclo en su choza palafítica, el siringueiro extrayendo el látex, etc., es propia del pintor atraído por lo social en su más amplio espectro. Y, verdaderamente, el panorama social que se despliega en sus telas brasileñas es variado. Liber ha recorrido muchas ciudades, pueblos, aldeas, y ha captado a los hombres en su medio y en su peculiar labor diaria. Su realismo ha hecho de todos modos una selección. Recordemos que en la cita referida a las características de su pintura en Bahía la crítica le alaba el haber sabido captar “el problema social” . Según el haber sabido captar “el problema social” . Según esto, vemos que Liber ha hecho una acotación del espectro social: a él le interesa captar a los tipos del pueblo, pues ellos son, con sus actividades tradicionales, quienes mejor encarnan la esencia de la sociedad brasileña. De hecho, insistimos, es dicho motivo, su búsqueda, el que lo hace trasladarse de una ciudad a otra, de un país a otro.
En una fecha tan temprana como 1950, en plena residencia en Belem, Liber ya está pensando en nuevos lugares que le proporcionarán temas para sus cuadros. Esa alerta constante que nunca faltará en su vida.
“En proyecto tengo planes diversos: irme a Europa o al Perú. Lima me puede dar óptimo material”.
La realidad de su tiempo y el problema social son pues dos de las características de la pintura del Liber del período brasileño. Realidad a la que representa a través de la pintura inspirada en los sectores populares de la sociedad brasileña de la época, en sus faenas más características. Problema social, por cuanto dicho sectores -indios, artesanos, caboclos, siringueiros- están formados por grupos de gentes pobres, explotadas, en condiciones de vida sumamente penosas.
No obstante, la pintura de Liber hace mayor hincapié en la faceta costumbrista y folklórica del asunto, de tal modo que la expresión “problema social” hay que matizarla. De hecho el tipo pobre de estos parajes no comunica en su drama social, sino que es reivindicado en su labor cotidiana. Ni la idealización de Millet, si bien más próximo a aquel que a Daumier o Van Gogh, ambos pintores que expresaron de un modo u otro la problemática social de su tiempo. A Liber finalmente lo que le interesa es el elemento propio de cada lugar, su peculiaridad, su diferencia. No de otro modo se explica su alegría de ver que “todavía llega a tiempo” para ver lo autóctono. Una América aún virgen, con sus peculiares costumbres. finalmente lo que le interesa es el elemento propio de cada lugar, su peculiaridad, su diferencia.
Por último, llama la atención el hecho de que todos los retratos que Liber hizo de la aristocracia brasileña fueran por encargo. No obedecían a un impulso natural, sino al más prosaico de la diaria supervivencia. En este sentido cobra otro matiz el concepto de “pintor social”, ya que lo social para Liber tiene que ver con una mirada interesada y atenta, si bien no de denuncia, sobre el pueblo.
Al aire libre
Bien podría titularse así la etapa de Liber en Belém do Pará en que, afanoso, vive horas y horas, por meses, captando el paisaje selvático del Amazonas y sus personajes típicos: los caboclos. Esos seres que viven en chozas construidas sobre altas vigas clavadas en el agua, chozas palafíticas, y que cuando el agua sube en la época de las lluvias torrenciales convierten la canoa en su único medio de transporte, si no en su vivienda. Una experiencia de pintura al aire libre única, esencialmente de río: del agua y de sus habitantes.
“Todas las mañanas me voy a la Vila da barca. Allí tengo un muchacho que me aguarda y me lleva con su canoa a pintar motivos de embarcaciones abandonadas, rodeadas de altos taifas y el caserío de madera. Este motivo de salir recorriendo río afuera es para descubrir a cada paso un tema. Mientras comienza lentamente a subir la marea, la lama espesa, verde y profunda se va cubriendo rápidamente.
“Entonces la canoa empieza flotar y nos ponemos en camino. Saliendo del escondite abajo del rancho lleno de telaraña, de lama y de cangrejos… Tengo absoluta prisa de ganar tiempo porque de aquí a cuarenta días el invierno comienza y las lluvias torrenciales no dan tregua para salir a pintar”.
Este es pues el paisaje donde Liber se mueve fundamentalmente en la etapa de Belem y que se acentuará con su viaje siguiente a Manaus, en el corazón de la selva amazónica. Como vemos, hay un claro interés puesto en la naturaleza en este tiempo del Brasil. La pintura “al aire libre”, por otro lado, tiende a acotar los temas hacia el lado de lo natural.
La ciudad con su atractivo cultural y arquitectónico no es lo suficientemente fuerte. A Liber le interesa el mundo natural, lo verde, como si dicho mundo encerrara unas virtudes que el civilizado no posee. Por otro lado, no podía ser de otro modo, pues para un hombre como él, enamorado de la naturaleza, el Brasil, tierra donde el paisaje tiene un papel protagónico, no podía pasarle desapercibido. La naturaleza, pese a los avances de la civilización, aflora por doquier, desafiando permanentemente las conquistas del hombre. Allí estaba para testimoniarlo el brote de lo verde en el adoquinado de las calles.
Le atraen, además de los temas costumbristas, la cuestión del paso del tiempo en los objetos, como los motivos de embarcaciones abandonadas. Y ambas actitudes, la de pintar la naturaleza y la de captar objetos construidos por el hombre y arruinados por el tiempo, obedecen a una actitud claramente romántica. Recordemos que el pintor romántico del siglo XIX tenía como uno de sus puntos de mira las ruinas del pasado grecorromano. Pero es que además se trata de una actitud romántica si la situamos en el contexto mundial del año 1950: plena época de reelaboración de las vanguardias artísticas de principios de siglo, cuyo acento estaba puesto en el mundo de las ciudades y el arte como tema principal del artista, esto es, la doctrina de l’art pour l’art”.

Nostalgia

 “Querido papá, hermanitas, sobrinos y amigos:
“Esta noche y el día de mañana son para nosotros días de luto, sea cual sea nuestra actividad. Me digo en esta soledad de mi renovado caminar por la tierra ¡Cómo pasan los años! Ya pasaron 15 años que se fue nuestra querida y sufrida mamá.
“La otra madrugada la soñé: caminaba discutiendo con Libia. Iba vestida de azul. Por momentos retenía sus facciones… Así es, hermanitas, papá y sobrinos queridos, si bien no hemos encontrado el sendero de la veta de oro, y otros caminos maravillosos, el espíritu de ella nos acompaña. El de la voluntad, sí, hermanitas, el éxito de saber luchar todo el tiempo. Ella ayudaba a papá, luchando con su frágil cuerpo. Y con sus manos ayudaba a hacer el pan y algunos vestidos para sus hijas y tantas otras cosas que enumerarlas me va a hacer llorar. Que sea leve la tierra que la cubre y que siempre nos siga ayudando con su santo espíritu de madre”.

Manaus (1951): una aventura en la selva

En el curso del año 1951 Liber, en su proyecto de conocer de forma más directa la selva amazónica, atraído por la figura del siringueiro del cual tiene noticias en Belem, parte con rumbo a la ciudad de Manaus. Después de dicho viaje y antes de finalizar el año está nuevamente en Belem, donde la tónica de vida no variará. Desde allí viajará a Recife en el año 1953: última ciudad de su periplo por tierras brasileñas.
Entre la civilización y la barbarie
 “De aquí a unas tres semanas me embarco para Manaus, en un lento viaje de 14 días por el río Amazonas”
Brasil, país de contrastes, reúne en su seno el oropel de las mansiones aristocráticas, la belleza y ornamentación de sus barrocos templos, la civilización y la historia en suma, junto con la presencia ineludible, poderosa y devastadora de la naturaleza. Esa naturaleza que aflora en los adoquines de las empedradas calles coloniales -como recuerda Liber- y que cada día debía podarse: la amenaza de la selva late en cada instante.
Ese mismo contraste lo vivió Liber de forma más intensa durante su breve estancia en la ciudad de Manaus, en que alternó sus días entre las fiestas y carnavales organizados por el Gobernador:
“El sábado pasado fui con el Gobernador y su comitiva, de muchas muchachas, a un paseo por los ríos Negro y Solimoes, viendo de cerca las victorias regias. Llegamos a un poblado donde lo esperaban con banda de música, comida abundante y de noche baile entre grillos, sapos y luna: apretados unos contra otros, danzábamos marchas de Carnaval. El rouge estaba impreso en mi ropa en varios lados. En la madrugada llegamos a Manaus cantando, acompañados de luna, anécdotas y cada cual con su amor, caliente como esta tierra!”
Y el viaje por los ríos hacia el corazón de la selva para pintar al siringueiro:
“Yo pasé hace unos días cosas peores en medio de la mayor floresta de América, entre cobras y tigres. Viví sin sosiego con estos elementos que llegan inesperadamente…
“El viaje será el día 7, por el río Madeira, a una pequeña población de nombre Manicoré… Aquí se ve al siringueiro como un soldado de la selva; una aventura acechando a cada paso. Yo lo veré de cerca, así podré comprender más a esta gente proletaria. La más peligrosa tarea que el hombre puede afrontar en la tierra”.

Carta al padre

“Querido papá:
[…] No puedes imaginar cómo me siento de bien con mi trabajo. Yo hago el mismo paralelo con vos. A mi misma edad [41 años] cuando vivíamos en Villa Progreso en que vos llegabas a la madrugada cantando y poniéndonos en el rostro el pan caliente: el más lindo pan que comimos en la vida. Era tu orgullo. Me acuerdo cómo criticabas los otros panes. Es cierto, nadie hizo algo más perfecto. Así es papá en mi trabajo. No es sólo elaboración, es la materia que debe mostrar un estado del alma. Entonces con mi entusiasmo en paralelo al que tú siempre tuviste espero realizar en la medida de lo posible la interpretación del tiempo que vivo.
“Mis viajes por pueblos y ciudades viendo lo pintoresco y el drama que asola el pobrerío”.
Una vez más, pues, nos encontramos ante el tema de la nostalgia. Y si Liber recordaba en Belem de forma punzante el aniversario de su madre muerta, la figura del padre es la predominante, acto seguido, en la ciudad de Manaus. Liber normalmente se comunica con el padre del mismo modo que con sus hermanas: a través de las cartas. Y cuando sus economías se lo permiten colabora con ellos: “En estos días te voy a mandar un libro met guelt”.
En ocasiones, sin embargo, Líber se siente culpable, quizá por no haber acompañado más al padre:
“Soy un mal hijo, nunca me porté bien con él. A veces tengo más de un cargo de conciencia”.
 Y el recuerdo de aquél, como el de la madre meses atrás, es tan vivido, que Liber tiene incluso una visión:
“Luego de unos días de gran calor ahora, a mediodía, un gran trueno anunció la lluvia. Las tormentas, en contados minutos, aparecen, se introducen con un fuerte viento y luego a mojarse. También en este mediodía, asomándome a mi balcón, vi a un hombre de cabellos grises y ropa igual a papá, y por momentos me hice la ilusión de que se estaba paseando por Manaus”.

Recife (1953-1954)

Última parada de la estadía brasileña
 “Siempre, cuando pasaba por Recife, me daban unas ganas inmensas de quedarme allí”
Después del retorno de Liber a Belem, ciudad donde expuso sus telas con motivos amazónicos, la rutina, el agotamiento natural de sus temas, lo empujaron nuevamente a viajar. Esta vez a la ciudad de Recife: el último punto de su itinerario brasileño. Recordemos, por otro lado, que en fecha tan temprana como 1950, Liber ya está pensando en el Perú y en Europa como próximos objetivos de viaje. Semejante proyecto pone de manifiesto que la estadía de Liber en el Brasil era provisional. Debía seguir viajando, seguir buscando. El Brasil todavía no le había dado la respuesta que esperaba.

Recife, una Venecia con colorido

 La estancia de Liber en la ciudad de Recife, aunque con su colorido propio, tuvo similares características a la de las otras ciudades brasileñas. No obstante, aquélla, con su vieja arquitectura, la inmediatez del mar, su peculiar color, hacen decir a Liber en un momento dado:
“Para mí Venecia es Recife con colorido y con gente rara”, lo que explica su enamoramiento y la tentación de echar anclas en dicha tierra.
El deseo de seguir viajando, Como sabemos, fue sin embargo más fuerte que el de arraigarse.
Liber podía haber arraigado en todos y cada uno de los países que conoció y en los cuales, de hecho, vivió durante largas temporadas, pero no sucedió no sólo por el deseo de andar, sino porque estaba insatisfecho. Su búsqueda creativa, concebida como movimiento, como desplazamiento en el espacio, no había dado aún con su clave interna. Por otro lado, la figura de la compañera de la vida, cada vez más lejana, no aparecía. Todo lo empujaba a seguir buscando.
Recife representa uno de los momentos contradictorios de Liber. Por un lado, la perspectiva cada vez más clara de hacer un viaje a Europa:
“Se ha enterado de mi proyecto para viajar a España. Está mañana tuve una casi confirmación de que estoy incluido entre los aceptados, pero, oficialmente, lo sabré en septiembre. ¡Imagínense, hermanitas, yo estudiando restauración en el Museo del Prado”.
Por otro, el deseo de anclar:
“Ciertamente esta ciudad quisiera elegirla para estar siempre”.
“Siento necesidad de parar un poco”.
Hay un tema, el del papel de lo europeo en el sistema de valores de Liber, al que sería interesante dedicarle unas líneas dentro del contexto de este tiempo, pues es constante en toda esta etapa y culminará con el éxito de las gestiones recifeñas para viajar a Europa.
Decíamos, al iniciar el capítulo Brasil, que Liber se consolidará a lo largo de sus andanzas como un americanista de obra y de espíritu. Esto no obsta que Liber haga una valoración positiva, como hombre curioso que es, de lo europeo. Así, pues, las ciudades brasileñas donde reside (Bahía, Belem, Recife) no son sólo valoradas por su sabor local, como nuevos temas para su pintura, sino también por el aporte europeo que les imprime la nota antigua. La arquitectura colonial de estas ciudades, portuguesa u holandesa, el aporte judío con las sinagogas, la existencia de palacios y teatros que atestiguan un siglo XIX rico en eventos culturales, son evidentemente notas de interés para nuestro pintor. En cierto modo, a veces parecería que son dichas características las que hacen atractivas e interesantes a estas ciudades, de las que se siente un testigo vivencial.
La otra cara de la moneda de dicha actitud sería la insólita identificación de ciudades y países europeos con americanos: Venecia, sin ir más lejos, sería para él un Recife con colorido. Dicha observación no puede ser más que de un americanista, aunque tenga necesi-dad de echar mano de un referente europeo. El hecho de que baste conocer Recife para poder apreciar Venecia, esto es, los testimonios de la cultura europea en el continente americano, hace que no sea tan importante eso del viaje a Europa. Aun así Liber tiene, como hombre de cultura, la deuda interna de viajar al viejo continente, la deuda que tiene todo americano en cierto modo con Europa por razones históricas conocidas. Liber viajará a Europa como becado, en calidad de estudiante de restauración en la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
La cuestión europea no se acaba aquí, pues suele aparecer también a propósito de la pintura. En dicho caso Liber asume una posición determinante: está en contra de los seguidores “de las recetas europeas” en América.

Temas pendientes

Durante la época en que Liber vivía en Brasil, surge en la correspondencia familiar la presencia de Sabina, primera hija de Liber.
Sabina, heredó del padre, entre otras cosas, una inclinación por el arte que se manifestó concretamente en el estudio y negocio del arte popular peruano. Es significativo destacar la forma en que padre e hija se han encontrado en los derroteros del arte peruano. Una sensibilidad parecida en este sentido los ha llevado a coincidir en dicho tema. En el caso de Sabina, la inclinación se ha concretado en la dimensión antropológica del arte popular peruano.
Flor Schapira Fridman, su sobrina, la hija de su hermana Anita (aquella que aparece en los lejanos tiempos de “La Andariega”), será otro de los miembros de la familia con quien Liber mantendrá una comunicación fluida a lo largo del tiempo. Flor, a diferencia de las hermanas de Liber, dada su vocación y dedicación poéticas, representaba un tipo de interlocutor distinto. Con Flor Liber intercambiará sus ideas estéticas. Le hará partícipe al tío sobre sus avances poéticos, el cual aplaudirá a su vez con entusiasmo. Y así como Flor será muchas veces la encargada, dada su intensa vida social, de gestionar galerías al regreso de su tío a Buenos Aires, del mismo modo Liber hará lo propio con su poesía.
“En una de ellas [sus cartas] llegaban tus poesías, atravesando remotas tierras, pasando los límites de geografías usadas. En esta semana comenzaré a ocuparme; así se les da el bautizo poético en uno de los diarios más importantes de aquí”.
La fluida relación epistolar, como luego la personal entre ambos se explicaría no sólo porque se trata de artistas (lo cual tampoco es garantía de relación), sino por el uso de un lenguaje común: poético, dramático, de hipérboles, y en donde la presencia de lo telúrico es importante:
“Atravesando remotas tierras, pasando los límites de geografías usadas.“
Uso de un lenguaje común que en realidad expresa una forma de sentir semejante. Esto explicaría en el futuro mutuas colaboraciones: Liber aparecería ilustrando sus libros de poemas y Flor escribiendo poemas a su pintura. Pero, dicho momento pertenece a un tiempo posterior a las andanzas de Liber, sobre el que volveremos.
Desde lejos en Buenos Aires se empieza a tejer una leyenda sobre Liber, cuyo primer capítulo son las andanzas de aquellos días. Los amigos que quedaron en Buenos Aires, Luján y Paraguay, saben de Liber, el andariego, por terceros. Con más dificultad se comunica Liber con ellos pues sus hermanas -su vínculo con la ciudad porteña- y menos aún su padre -al margen de todos estos temas- tardan, olvidan o simplemente nada saben sobre aquéllos. No obstante, es a través de ellas que Liber tiene noticias de Javier y de Herib Campos Cervera. Lamentablemente, lo que sabe de este último en ese tiempo fue más motivo de tristeza que de alegría.
“No puedo conformarme, hermanitas, con la triste noticia de la muerte de Campos. No fueron capaces de enviarme otra carta un día después contándome cómo aconteció tan triste noticia. Mucho hablaremos en casa recordando al pajarito que, como un soneto, terminó sus palabras y quedó su nombre en el aire.”
Con el tiempo, y una vez que la vida se llevó a muchos de los que lo acompañaron en algún momento del camino, Liber encontrará en el sueño un modo de comunicarse con ellos.

Paz y presencia

“Si les contara cómo fue la despedida del año es para reírse. Buscando tranquilidad me fui a un pueblo del interior. Tomé un tren carreta y tres horas después estaba en el corazón de un viejo pueblo en día de fiesta. Para comenzar eso de encontrar hotel era problemático, pero al fin lo encontré. Los cuartos sólo tenían puerta estrecha, luego era como un cajón de embalar muebles viejos. Allí me ubiqué. Al caer la tarde los altoparlantes comenzaron con sus zambas estridentes. Esto fue hasta las 2 horas del 1º de enero, amén de banda de música como había en Luján o Villa Raffo. A media noche 12 bombas de estruendo, que eran caño-nazos auténticos, hacían un infernal barullo. Esto se matizaba con mosquitos, con hambre atrasada y el gruñir de un chancho blanco que estaba a pocos metros de mi cuarto. Estas son las delicias de un andariego de fin de año”.
La tranquilidad, la búsqueda de paz, son necesarias para nuestro pintor. En última instancia, es dicha razón la que explica su continuo caminar, lejos de una familia por naturaleza absorbente. Es la otra cara de la moneda de su experiencia de la soledad: su cara positiva. Liber necesitaba el aislamiento para crear.
Ya habíamos mencionado que no era amante de multitudes y, después del primer desvelamiento producido por el Carnaval, huye de ellas. Huye del mundanal ruido. La grave enfermedad recientemente superada explica también esa necesidad de retiro que le hace valorar los lugares recoletos.
“Voy a Olinda, a pintar motivos del viejo convento franciscano… Con mi salud ando más que bien. De mañana, ese viaje a Olinda, costeando 7 km. el mar, a veces a pocos metros, y esa paz que se vive en este templo ubicado en un pequeño cerro es una vida sana”.
Por tanto una vez más en este período recifeño, Liber, al mencionar su deseo de paz, recala de alguna manera en la necesidad de “parar un poco”. No obstante, una vez restablecido, el gusanillo del viaje es muy fuerte: la paz no la va a encontrar todavía en el arraigo, pues para ello era necesario encontrar su camino en el arte y a la anhelada compañera de la vida.
La despedida del Brasil desde la vieja ciudad de Recife, sin embargo, tiene el sabor del arraigo, pues el pintor dejó una semilla en aquella tierra. Su presencia.
“Esta noche, paseando por la ciudad, vi en una casa las paredes con muchos cuadros. Luego reconocí uno mío, de la primera etapa de Bahía. ¡Qué curioso!”
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